Para un equipo internacional, diseñar desde la Barcelona mediterránea una casa en el Valle Central de Chile ofrece la posibilidad de poner atención a valores capaces de permanecer, es decir, presentes antes que la casa exista y cuando ésta ya no esté. 

Primero, el paisaje como “objeto” privilegiado, inteligible a la vista aunque misterioso a la reflexión... 

Segundo, la posibilidad de usar madera, material valorado más fuera que dentro de Chile y que ofrece excelentes cualidades plásticas...

Entendemos que toda casa es un cuerpo de imágenes, ensoñaciones, que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad.

Esta estabilidad la investigamos en este lugar a través de los conceptos de “cobijo” y de “tener algo que cuidar”, formalizados por una cubierta (techo) y un jardín (suelo) articulados a la pendiente del lugar.

 La cubierta en pendiente, una presencia íntegra como las montañas, quizá la principal fachada de la casa, una textura de madera que tamiza la luz, que ofrece sombra, que deja paso a la brisa en este paisaje donde “lo profundo es el aire”.

En el jardín imaginamos la preexistencia de un árbol, una presencia cercana de la naturaleza. El árbol como presencia absoluta es condensación de distancia.

 En torno a este eje vertical que es el árbol se fue desarrollándo la casa con sus estancias, patios y terrazas.

 El árbol en el acceso no sólo permite entender la casa si no encontrar unidos en la grandeza de ser la trascendencia de lo que se ve (el paisaje) y la trascendencia de lo que se oye (la vida íntima de la vivienda).

 Así esta “habitación” que proponemos para este Valle de Chicureo.

José Quintanilla Chala